lunes, 3 de septiembre de 2012

De pin pon a un Max Stell

¿Cuánta importancia puede darle un niño a su juguete? Puede que mucha como para no querer jamás renunciar a él. Sí, es comprensible. Recuerdo que a esa edad no importaba cuanto tiempo el juguete se mantuviera sin ningún rasguño o pequeño golpe, todo el momento que estuvo intacto fue maravilloso e inolvidable. ¿Cuánto es lo que depositamos en él? Todos nuestros sueños de llegar a grande, todas nuestras batallas y fantasías. Vivir toda esa etapa con su fiel compañía, cada aventura que nuestra mente inventaba para que la misma realidad este basada en sueños.

¿Qué hacemos cuando se rompe nuestro primer juguete? ¿Es tan difícil desatar el cordón que nos une a él evitando dar una oportunidad a un juguete que nos ofrece más para ser felices? Siendo una pregunta un tanto más global: ¿Por qué nos da tanto miedo probar cosas nuevas? A decir verdad, en el preciso momento en el que un juguete se descompone deja de ser el mismo para siempre, puedes intentar volver a armarlo con el pegamento más fuerte que se haya inventado y lograr unir todas sus piezas, pero nunca se podrán borrar esas rajaduras que siempre nos asegurarán otro posible rompimiento, como dije, ya nada será igual. Naturalmente, la mayoría de las personas siempre opta por la opción de intentar volver a juntar las piezas de este juguete descompuesto, sencillamente porque nos resulta la salida más “fácil y segura”, pero en muchos casos siempre terminamos haciéndonos daño con una de las piezas rotas.

Volveré a mencionar la pregunta principal, pero esta vez mucho más general: “¿Por qué nos aferramos tanto a nuestro pasado?" Deben saber, si el pasado fuese bueno, se llamaría presente… sé que para la mayoría no es el caso, el mío tampoco. ¿Qué puedo decir? La vida es demasiado corta e imprevista que no nos alcanza el tiempo para sentir miedo, a menos que no quieras ser parte del mundo y mantenerte respirando dentro de una burbuja. ¿Por qué no arriesgarse? Sí, arriesgarse a ser feliz, a equivocarse y aprender,  a ilusionarse y desilusionarse, a amar y ser amado; en resumen, arriesgarse a vivir.  

Duele despegarse de aquellas personas que en algún momento te hicieron un bien, que hicieron de tu felicidad una costumbre y no una emoción más… claro que duele. No obstante, si la tinta con la que escribe esta historia comienza a fallar, lo mejor es no forzarla más a menos que sea para escribir un buen final. Ese debe ser el secreto para que un simple recuerdo se convierta en inolvidable: un buen final. ¿Qué se gana forzando piezas que no entran en el rompecabezas? Quizás en algún momento termines por arruinar gran parte de este. Es simple, si la pieza no va, no va; no sigas buscando una forma de como hacerla encajar, busca la que encaje perfecto en el espacio vacío que a tu vida le falta llenar; no lo llenes con piezas rotas o desfiguradas solo para sentirte ‘completa’, recuerda que lo que más importa es el recorrido y no el final. Anímate a buscar nuevas piezas, nuevos juguetes, nuevas historias, nuevas personas; anímate a decirle sí al reto, sí a arriesgarse, sí a fallar, sí a volverlo a intentar y sí a triunfar. Acepta a la vida y no le cierres la puerta; así como tiene penas, también tiene alegrías; así como tiene equivocaciones, también tiene lecciones; así como tiene finales, también tiene nuevos inicios.

Para terminar con todo esto, solo me faltaría compartir con ustedes una frase que resume el tema y adicionalmente termina con mi reflexión: “Existen personas que simplemente pasan por tu vida para cambiarla, no para quedarse”. Acepta el cambio y toma el riesgo de asimilar que por más vueltas que des, la vida debe continuar. En algún momento te encontrarás con el terrible reto de querer mirar hacía atrás, y si realmente aprendiste, voltearás a sonreírle a lo que dejaste atrás y seguirás hacia adelante. No te detengas, el show debe continuar. 

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